domingo, 30 de noviembre de 2008

Archivo 28: Murakami, Rosa Montero y un artículo sobre el cambio climático





Murakami, a dos bandas y en tiempo real

La reciente traducción al español de la novela "After Dark" coincide con la publicación en inglés de "What I Talk About When I Talk about Running", libro de memorias de un corredor de maratones, el propio Haruki Murakami. Ambos textos ratifican la mirada sobre la efímera condición de la existencia que ha caracterizado la obra de este autor.

Por JAVIER EDWARDS | © El Mercurio

Probablemente, entre los lectores del mundo-, Haruki Murakami ya no necesita presentaciones y cuenta con una sólida base de seguidores que lo consideran uno de los escritores japoneses contemporáneos -¿posmodernos?- más interesantes, misteriosos y seductores. Minimalista, con un sentido del lenguaje y la imagen que deben buena parte a la percepción del mundo y realidad propia del imperio de los medios audiovisuales, bien podría decirse que este japonés nacido en Kioto en 1949 es el legítimo continuador y renovador de la novela de la mirada, esa que logró su más precisa y atractiva manifestación en los textos de Marguerite Duras.

Renovación que consiste en dejar la imagen, los espacios, los personajes con un halo fantasmal, pero todo ello capturado con un lenguaje depurado del pathos existencial, directo, preciso y, por eso mismo, por esa desnudez que renuncia a cualquier artificio, Murakami logra transmitir, aun con más fuerza, la percepción auténtica de la vida contemporánea: como un durante-después de la oscuridad, como un correr incesante en el que la vida y las reflexiones sobre ella pasan así, a la carrera, con esfuerzo, no exentas de cansancio y angustia porque la meta es algo que nunca está asegurado.

Cada uno en su género, sus dos últimos trabajos, After Dark, novela publicada en castellano por Tusquets, y What I Talk About When I Talk about Running ("De qué hablo mientras hablo sobre correr", aun sin traducir a nuestro idioma), unas memorias a lo Murakami, ratifican la importancia de este escritor, la profunda y sintética levedad de su escritura, la capacidad que tiene de conducir al lector por un pasadizo estrecho y casi invisible hacia habitaciones imaginarias donde resulta inevitable revisar y pensar el significado de la condición humana. No como la búsqueda de una respuesta sobre la esencia intemporal de lo humano, sino de los alcances que tiene la vida el día de hoy, en el mundo de la velocidad virtual, de los tiempos cortos y los espacios globalizados; en la realidad de la palabra breve, que se escribe como el anticipo de lo que se plasmará más tarde en una película, en un documental y nos llegará masivamente en formato digital.

After Dark es un título que hace un guiño musical -de los habituales en Murakami- y refiere a una pieza de jazz de Curtis Fuller, pero también al espacio en que se mueven sus personajes: la noche u oscuridad que sobreviene al ocaso, momento en el que la razón individualizadora, diferenciadora de sujetos y objetos, desaparece o se repliega dando lugar a una ambigüedad en la que todo va ocurriendo, desplazándose con suavidad, describiéndose desde el punto de vista de un narrador que observa, contempla y ve lo que puede ver, lo que deja ver la noche. El resto es imaginación, andar a tientas, el fantasmagórico espacio de seres y lugares sin tiempo. Seres que sobreviven una dimensión de la existencia, ampliada y fría, no carente de un terror similar al que experimentó Pascal, en pleno siglo XVII, cuando tomó conciencia de la infinitud del universo y escribió: "El silencio eterno de estos espacios infinitos me aterra". Ahora es el mundo global, la simultaneidad con que nos ocurren las cosas, a nivel individual y colectivo. Todo se sabe y se expande a la velocidad de las conexiones cibernéticas, y no logramos sino quedar en estado de observación, ejecutando actos mecánicos y solitarios.

La sensación de soledad

En esta novela, el escritor opta por narrar en tiempo real o en la simulación de un tiempo real que nos lleva de la mano por un relato nocturno que avanza con las horas y termina con el amanecer, cuando las cosas vuelven a su distinción singular. Elgran mérito de este texto reside en la forma en que Murakami presenta los elementos de su historia: "Los ojos marcan la forma de la ciudad. A través de los ojos de un pájaro nocturno entramos en la escena desde el pleno vuelo. En nuestra amplia mirada, la ciudad parece una única y gigante creatura o -más aun- una única entidad colectiva constituida por muchos organismos interconectados". Y así, con esta primera descripción, Murakami nos dice con claridad que lo que viene no tiene tanto que ver con la prostituta que fuma solitaria en un restaurante Denny's en Tokyo, con las hermanas Mari y Eri, con Takahashi o el resto de personajes, objetos, referencias, lugares, marcas, que construyen la trama y que son símbolo de una uniformidad material, en una vastedad que nos deja sin identidad, casi sin fuerza real, sino más bien con la forma en que ellos van apareciendo en escena, se interconectan y son descritos por el narrador como partes fusionadas de un todo vivo, sensual, casual e ineludible, con imágenes y diálogos brillantes, como las luces de neón de ese Tokyo nocturno que nos muestra "Lost in Translation", la genial película de Soffia Coppola, con la que comparte esa sensación de soledad que se instala en la médula de la vida contemporánea, en la urbe total.

Del mismo modo, en What I Talk About When I Talk About Running, pero desde la perspectiva de la memoria -involucrando su propia experiencia y recuerdo-, Murakami, corredor de maratones, trotador empedernido en la vida real, nos lleva a cuestas a lo largo de sus recorridos, en una escritura que emula el acto mismo de correr, describiendo los procesos existenciales que lo van asaltando, al ritmo de los latidos cardiacos. La primera impresión que deja este texto es que la ambición de Murakami ha llegado demasiado lejos y que la forma -más que el objeto de su memoria- reducirá los lectores a sus fanáticos y, poco más, a los runners del mundo que sentirán curiosidad por un libro sobre el hecho de correr escrito por uno de los autores más notables del momento. Sin embargo, a poco trotar por What I Talk About When I Talk About Running, queda de manifiesto que lo que está tras estas páginas son las mismas cuestiones que apelan al lector en los distintos textos del japonés, desde Crónica del pájaro que da cuerda al mundo en adelante, y esto no es sino una reflexión con fría mirada sobre la efímera condición de la existencia. Esa misma levedad que angustiaba materialmente a Camus o que se describe como insoportable en la novela de Kundera se convierte aquí en un hecho de la causa, en una suerte de terror ontológico que no aterra, que sólo se puede observar y describir, como la imagen de las torres gemelas desplomándose en las innumerables pantallas de televisión a lo largo y ancho del mundo, catástrofe que, como todo en la vida, sobreviene sin aviso real, como un mero acontecimiento o idea que se cruza en el paso de un trotador en Central Park.

Una filosofía mínima

Pienso en la maratón de Nueva York, que se corrió hace sólo un par de semanas, en esos 39 mil corredores -hombres y mujeres- del mundo entero que se lanzan a la tarea de cubrir una distancia de 42 kilómetros entrando y saliendo de Manhattan, subiendo y bajando, con los corazones bajo mil pulsaciones, luchando contra sus propias limitaciones (alguno, este año, incluso muriendo en el intento) y, al mismo tiempo, en el despliegue mismo de ese gesto físico, pensando, sintiendo, olvidando, mirando el cambio permanente del paisaje recorrido, el cambio de la vida, el paso del tiempo, superando algo que no se sabe exactamente en qué consiste con un mero gesto. Y mientras se corre, mientras se insiste luchando contra el límite, como el mismo Murakami escribe, también algo más: "Miro al cielo, imaginando si será posible encontrar un gesto de gentileza ahí, pero no lo encuentro. Todo lo que veo son nubes de verano indiferentes arrastradas por el viento sobre el océano Pacífico. Y ellas no tienen nada que decirme. Las nubes siempre son taciturnas. Probablemente no debería buscar una respuesta en ellas. Lo que debería hacer es mirar en mi interior. Como si mirara fijamente en un pozo profundo. ¿Puedo ver algo de bondad ahí? No, todo lo que veo es mi propia naturaleza". Y esa naturaleza no es sino algo común al ser humano, especialmente al contemporáneo: egoísta, porfiado, dudando de sí mismo, intentando escapar cada vez que ve un problema hacia una zona donde todo se vuelve trivial o indiferente, una manera de ser que se lleva como una vieja maleta, simple y llanamente porque se ha llegado a la conclusión de que no hay nada más que llevar, porque es algo a lo que uno crece inevitablemente atado.

Tal como Murakami cita, Somerset Maugham escribió que "tras cada afeitada (o, digámoslo en otros términos, en cada mínimo acto rutinario) yace una filosofía" y algo de esa verdad queda plasmada en estos dos libros, distintos en el género, hermanos en el propósito de recoger una filosofía mínima que se funda en la decisión de establecer o construir una rutina, con todo lo penosa que pueda ser, para combatir la fragilidad esencial de la vida: escribir ficción, correr maratones. Aunque esos gestos no tengan mayor sentido y se funden simplemente en la inevitable y limitada naturaleza del hombre, en un hacer que no tiene dignidad intrínseca y es sólo un puro hacer.

El placer de los libros raros

Por ROSA MONTERO | © BABELIA

Tengo debilidad por los libros raros. No me refiero a la rareza exquisita, a las primeras ediciones, a las encuadernaciones primorosas y demás libros con pedigrí, sino que hablo de la rareza plebeya, de aquellas obras que, por una razón u otra, se escapan de los cánones convencionales y resultan inclasificables. Libros a menudo modestos y sin pretensiones, publicados en pequeñas editoriales e ignorados por el gran público, que un día ves por casualidad, de refilón, en el rincón más oculto de una librería, pero que parecen removerse y dar saltitos en la estantería para llamar tu atención, y extender sus anhelantes tapas hacia ti, y susurrar: "¡Cógeme, por favor, por favor!".

Y yo los suelo coger a casi todos.

Hay tres locos maravillosos que han escrito un par de libros así. Son asturianos y se llaman Juan J. Alonso, Enrique A. Mastache y Jorge Alonso. Filósofos, historiadores y documentalistas de formación, son además unos fanáticos del cine. Estos tipos multidisciplinares, enciclopédicamente cultos y divertidísimos, son la clase de gente a la que imaginas pasándoselo bomba charlando durante horas en algún bar. Quizá esas apasionadas tertulias que se les intuyen fueran la base del libro fascinante que sacaron hace un par de años, La Edad Media en el cine, en el que, además de contar curiosos detalles cinéfilos de las películas medievales, desde Camelot a Braveheart, componían un espléndido friso histórico del Medievo, explicando no sólo lo que había de cierto o de incierto en los filmes, sino también cómo era la vida en aquellos siglos, los valores imperantes, los detalles más nimios de la cotidianidad. Y todo ello con una escritura airosa, graciosa, ligera pese a la profundidad de algunas de sus observaciones. "Utilizamos el cine como excusa para hablar de la Edad Media, y la Edad Media, como excusa para hablar de cine", dijeron ellos mismos por entonces para definir sus (raras) intenciones. Una rareza que funciona de maravilla. Recuerdo especialmente el capítulo dedicado a la película El león en invierno y a la historia de Leonor de Aquitania: extraordinario.

Al parecer, la cosa marchó tan bien que han repetido fórmula y hace poco sacaron otro libro: La antigua Roma en el cine. Ahora de lo que se habla es del Imperio Romano, y la percha son películas como Quo Vadis o Gladiator. Personalmente creo que prefiero el libro anterior, tal vez más redondo y más trabajado, pero éste también ofrece una lectura irresistible y deliciosa, y probablemente será mucho más fácil de encontrar (por si acaso, doy aquí el teléfono y la web de la editorial: 915 23 27 04, www.cinemitos.com/tbeditores).

Dicen los autores que en el cine de romanos hay un axioma, a saber, que cuanto más corta es la faldita de los hombres, peor es la calidad de la película. Si ellos lo dicen, sin duda será así, porque saben mucho. En realidad son unos estupendos frikis que aseguran conocer de memoria los diálogos de Ben Hur y excesos semejantes. Aunque lo cierto es que parecen conocerlo casi todo. Por ejemplo, hablando del suicidio de Lucrecia, que se mata porque ha sido violada, los autores explican con agudeza el sentido de la castidad para los romanos: Lucrecia se mata porque en el momento de la violación no estaba preñada, y, por lo tanto, podía enturbiar el linaje: "Una anécdota de Macrobio permite comprender la castitas romana: en presencia de Julia la Mayor, la gente se sorprendía del increíble parecido que sus tres hijos tenían con su padre, Agripa. Julia la Mayor les decía: "Numquam enim nisi navi plena tollo vectorem" ("sólo acepto pasajeros cuando la bodega está llena"). Si hubiera estado embarazada, Lucrecia no habría sido "mancillada" y no habría tenido que suicidarse. Una observación muy interesante.

El libro está lleno de detalles de este tipo, de lúcidos vislumbres o de divertidas informaciones superficiales. Tomemos, por ejemplo, el capítulo dedicado a la película Espartaco, de Stanley Kubrick. Los autores nos cuentan los entresijos cinematográficos, incluidas las peleas entre Kubrick y Kirk Douglas, el primero, director, y el segundo, protagonista y productor, y luego comparan al Espartaco de Hollywood con el verdadero: "Victor Hugo decía que la insurrección es cosa del espíritu, mientras que la revuelta es cosa del estómago, y ponía a Espartaco como ejemplo de insurrección. La película de Kubrick va por el mismo camino del espíritu, pero el Espartaco histórico se habría movido más bien por el estómago".

En este capítulo nos enteramos de cosas tan dispares como que los candidatos a cuestor, edil, pretor o cónsul deambulaban por el Foro pidiendo el voto vestidos con la toga candida, es decir, con una toga completamente blanca, y de ahí el nombre de candidatos. También de que el riquísimo Craso fue un precursor de la especulación inmobiliaria, porque cuando ardía un edificio en Roma (y ardían muy a menudo) se presentaba allí, compraba el inmueble en llamas al propietario y después lo mandaba apagar con su escuadrilla de bomberos; pero si el propietario se negaba a vender, el edificio ardía por completo. O de que una antigua costumbre romana prohibía barrer el suelo del comedor porque los restos de comida eran el alimento para los muertos: "Fue una cuestión de higiene la que hizo que estos restos se representaran en mosaicos, a fin de que el suelo pudiese ser limpiado". Con mosaicos o no, estaba prohibido barrer durante la comida, y los comensales arrojaban al suelo lo que no ingerían. Una guarrada.

Hay informaciones de más hondo calado que no caben aquí, como un apunte sobre la estructura esclavista de la Roma imperial o el concepto de homosexualidad imperante. Por cierto, que se incluyen unos cuantos procaces insultos en latín, como paedicabo te o irrumabo te, frases tan indecorosas que no voy a poner aquí su significado. Si quieren saber las cosas que se gritaban con sus sucias bocas los ciudadanos romanos, tan serios ellos y tan entogados, lean este libro entretenidísimo.

¿Cree usted en el cambio climático?

Por Nieves y Miro Fuenzalida | © mediaIsla

El Diccionario del Diablo de Ambrose Bierce define al hombre como un animal perdido en la contemplación extasiada de lo que el cree que es en lugar de lo que debiera ser. Su ocupación central es la exterminación de otros animales y su propia especie la que, a pesar de ello, se multiplica con tal rapidez que hoy infesta toda la tierra habitable… ¿Será esta, en verdad, nuestra condición humana?

La actual crisis financiera ha vuelto a contraponer el desarrollo económico y el sostenimiento ambiental como objetivos contradictorios. El lugar común que los ministros de economía repiten permanentemente es el de asegurarnos que cualquier medida que se tome, ya sea para disminuir la emisión de gases o la protección del ambiente, no debe interferir con el desafío económico que hoy enfrentamos. Y en apoyo de sus posiciones encuentran hoy día una ayuda inesperada en el escepticismo ambientalista.

Este es el escéptico que duda de la importancia que se le ha dado a los peligros que los problemas ambientales le plantean a las próximas generaciones y esta duda ha generado un nuevo tipo de movimiento anti-ambiental, diferente al que encontramos en las corrientes políticas derechistas, al basar su posición en un análisis supuestamente independiente de prejuicios ideológicos. Pero, como Peter Jacques hace notar… ¿Es esta duda, en realidad, una duda acerca de los datos científicos o es una duda acerca de las decisiones políticas? Si es esto ultimo habría que decir, entonces, que su importancia se encuentra, no en el desafío epistemológico que puede presentar, de la cuestión de si la argumentación científica es suficientemente sólida o no, sino en la receptividad que hoy encuentra en ciertas elites mundiales que poseen mucho más influencia que la que tiene la simple representación científica de las condiciones ambientales ¿No nos da este hecho un indicio de lo que realmente esta en juego aquí?

Desde 1990 la literatura escéptica ha producido mas de cincuenta libros que han provocado un enorme interés en los sectores anti ambientalistas. Su proyecto no es suspender el juicio hasta que haya una mayor evidencia para hablar de las consecuencias catastróficas de la acción humana, como podría creerse, sino que proclaman la fe en los beneficios de la capacidad industrial y la agro química y rechazan los problemas ambientales que amenazan el sostenimiento de la sociedad humana moderna, porque la investigación ecológica ha sido politizada y ya no se puede confiar en ella.

Para escépticos como Ronald Bailey los ecologistas milenarios cansados de esperar la furia de Dios o el fuego termonuclear ahora esperan la "crisis ecológica global" que amenaza no solo a la humanidad, sino a toda la vida terrestre. Estos abusadores apocalípticos, dice, asustan a la gente con escenarios devastadores e imágenes de hordas humanas hambrientas, plagas genéticamente modificadas y la extinción de los recursos naturales. La "ciencia chatarra", según Steven Milloy, ha sido usada para avanzar la agenda de la izquierda política que, a la larga, disminuirá el progreso económico, el bienestar general y la eficacia del libre mercado. Peter Huber argumenta que los humanos no tenemos obligación moral hacia la naturaleza no human, porque la humanidad tiene la habilidad de dominarla y controlarla en la forma en que la doctrina judeo cristiana nos dice hacerlo. Mientras mas efectivamente dominemos la naturaleza en mejores condiciones estará nuestra especie. La modernidad ha traído a la humanidad el progreso y afluencia comparada con la miseria de las etapas que la precedieron. Los estudios ambientales modernos son antitéticos a la noción de progreso y si han tenido influencia es solo porque son manipulados por una elite ecologista que tiene el favor de la prensa y la cultura popular.

Los análisis sociológicos indican que la interpretación escéptica se basa en un conjunto de valores ideológicos relativamente limitados provenientes del movimiento conservador contra ambientalista. Diferencias éticas subyacentes o no completamente exploradas determinan como alguien interpreta datos y formula orientaciones programáticas. Este es el caso, tanto para los científicos ambientalistas como para los escépticos como Bjørn Lomborg's ("The Skeptical Environmentalist") y sus seguidores. Una ética antropocéntrica explica los juicios de Lomberg, por ejemplo, en tanto que los argumentos de los ambientalistas pueden explicarse a partir de una posición ecocentrica. Lomborg y la mayoría de los economistas sostienen que porque solo los humanos tienen sentido moral controlar el ambiente con el propósito de incrementar el bienestar de nuestra especie es moralmente justo. Es esta posición moral la que separa a Lomborg y los ambientalistas. Es este profundo antropocentrismo el que sostiene la creencia de que la humanidad es independiente de la naturaleza no humana y esta exenta de influencias, constreñimientos y principios ecológicos. Esta ética es, mayormente, la que explica la gran hostilidad de los grupos anti ambientalista, porque la defensa de la naturaleza crea obstáculos al desarrollo humano. Necesitamos energía, cada vez mas, y sabemos como obtenerla mucho mejor que las plantas. No necesitamos la vegetación de la selva para producir medicinas. Mas frecuentemente, las necesitamos para protegernos de las fuerzas ciegas que, por azahar, emergen de ella. Ni tampoco necesitamos otras formas de vida para mantener el balance de gases saludables en la atmósfera o la temperatura climática. La humanidad puede sobrevivir bastante bien en un planeta cubierto de concreto y computadoras.

Es este profundo antropocentrismo el que funciona como ultimo fundamento para juzgar la legitimidad del conocimiento. Dentro del marco escéptico cualquier conocimiento que afirme la inter dependencia con la naturaleza y vea a la especie humana como un ser ecológico, no es valido. El principio organizador de la ecología se considera falso desde la partida. Hablar de ciudadanía ecológica racionalmente no tiene sentido. Únicamente las necesidades y deseos de la humanidad representan la clave de nuestra evaluación del estado del mundo. Esto no significa, dice Lomborg, que las plantas y animales no tengan derechos, pero el foco debe estar siempre en la evaluación humana. No tenemos otra opción. Somos los humanos los que elegimos que parte de la vida terrestre cuenta y que parte no.

Este rechazo a reconocer derechos a la naturaleza no humana no surge de la dificultad en designarlos, sino en las profundas implicaciones cívicas y éticas que el reconocimiento de pertenecer a una comunidad de vida terrestre mas basta, acarrearía. Son los valores antropocéntricos lo que le permite al escéptico ambientalista ver al capitalismo moderno como una experiencia de éxito fantástica que se refleja en la mayoría de los indicadores que muestran que las condiciones humanas han mejorado inmensamente, comparadas con las etapas previas. Por supuesto, ellos reconocen que hay problemas en los cuales necesitamos trabajar, pero el mejoramiento continuara en tanto la economía crezca.

Si el escepticismo ambientalista es parte de un movimiento político… ¿cual es su propósito? ¿Por qué ignorar o negar la gravedad de la perdida de la diversidad biológica o el calentamiento global? ¿En beneficio de que o de quien? La respuesta estándar es la ganancia a corto plazo o la aprobación de leyes favorables a la industria. Sin embargo, lo que esta en juego… es mucho mas que esto. Inevitablemente la lucha por la mantención y renovación de los recursos naturales es una amenaza al paradigma social dominante, a los valores comunes, a las creencias y a la sabiduría compartida acerca del ambiente físico y social. Es la amenaza a la legitimidad de la política mundial heredera del iluminismo liberal mercantilista. Estos valores comunes son importantes, porque aunque no haya adherencia total a ellos, de todas maneras guían e institucionalizan la acción individual y social (empresa privada, crecimiento económico, libre mercado, rechazo a la planificación económica, disminución de las obligaciones del Estado en el bienestar social y fe en un futuro de abundancia gracias a la tecnología). Los economistas creen que no hay problemas con la expansión indefinida de la economía. En verdad, la expansión indefinida es el gol de la economía, por lo que no es de sorprender que vean con escepticismo las predicciones de la ciencia física. La historia, afirman, ha mostrado una y otra vez que la tecnología es una parte tan importante del capital que puede resolver toda la variedad de problemas que los límites naturales le plantean al desarrollo del crecimiento continuo.

Esta es una de las razones de que la autentica lucha ecológica, de una u otra manera, tiene que incluir las instituciones modernas del sistema estatal y el capitalismo mundial. Un paradigma alternativo que vea a la humanidad como un miembro de la comunidad terrestre, un miembro de la naturaleza en sentido global con derechos y obligaciones, desafía el marco moderno de la economía capitalista contemporánea que reproduce un sistema ecológicamente mal adaptado.

El nuevo escepticismo ecológico, tal como lo presenta Lomborg, su figura más popular, proporciona un discurso que concibe las relaciones entre la naturaleza y la especie humana en términos mecánicos y administrativos con vista a la explotación económica. Si la contradicción entre los intereses industriales y el sostenimiento ecológico continua llamando la atención y, aunque fragmentariamente, operando como un discurso contra hegemónico, entonces, el escepticismo ambientalista surge para resistir el movimiento ecológico. Si esto es así, el escepticismo no es solo el intento de mantener la ganancia económica, sino la reacción en contra de una inminente revolución cognitiva y cultural que puede cambiar la forma en que el poder material se concentra y acumula. Representa, no solo la defensa comercial, sino la defensa de la estructura misma del orden mundial que permite la sobrevivencia de la industria tal como la conocemos. El escepticismo ambientalista reclama haber refutado el mito del movimiento ecológico y la ciencia ambiental. Su proyecto, afirman, se genera exclusivamente a partir de un sentido de objetividad y neutralidad axiológica. El problema con este reclamo es que el análisis de la literatura muestra que este se formula desde una ideología conservadora apoyado por un movimiento corporativo (la industria petrolera, principalmente) contra ecológico. Su intento es subvertir la interrogación reflexiva y la resistencia contra hegemónica que ella contiene. No necesitan ganar el debate acerca del estado del mundo para mantener el poder y dominio. Solo necesitan establecer suficientes dudas acerca de los informes científicos para motivar dudas en la comunidad en general. ¿Y no es esto lo que en el fondo de nosotros mismos queremos escuchar… el dulce canto que nos devuelva la seguridad y el poder contenidos en la ilusión de la modernidad? ¿Poder seguir disfrutando de la buena vida sin consecuencias? ¿Perdernos en la contemplación extasiada de nuestro narcisismo?

Muchas civilizaciones han decidido, por una u otra razón, ignorar la erosión que provoca la relación entre sociedad y naturaleza, solo para caer en una época obscura llena de sufrimiento y miseria. Hoy estamos entrando a una etapa histórica global en donde estos problemas tendrán que ser resueltos, de una manera u otra, dentro de los próximos 50 anos. El escepticismo ambientalista quiere posponer este cambio y el mensaje ha sido gratamente recibido por las elites mundiales que son parte del orden dominante del mundo…"Las cosas con el tiempo mejoran cada vez más y más".

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